La halitosis se define como el conjunto de olores desagradables u ofensivos que provienen de la cavidad oral. Se conoce que en el 90% de los casos el origen de este mal olor está en la boca. En el 10% restante se relaciona principalmente con patologías otorrinolaringológicas y, en un mínimo porcentaje, con otras enfermedades sistémicas.
La halitosis de origen oral, en un 60% de los casos, está asociada con algún tipo de patlogía periodontal, principalmente gingivitis y periodontitis. El mal olor procedente de la cavidad oral se debe al metabolismo proteico de las bacterias, localizadas principalmente en el dorso de la lengua, en el surco gingival y en la bolsa periodontal, que producen compuestos sulfurados volátiles mal olientes.
Cuando se detecte cualquier indicio, se recomienda acudir rápidamente a la clínica dental. El profesional del área odontológica será el encargado de poner en práctica el protocolo clínico a seguir para un tratamiento científico de la halitosis. Éste se centrará, desde un primer momento, en corregir cualquier patología oral presente: caries abiertas, prótesis fijas y obturaciones desbordantes, gingivitis (limpieza y pulido dental profesional) y periodontitis mediante raspado y alisado radicular.
Además, esta práctica deberá ir acompañada de unas pautas de higiene oral (que incluirán desde instrucciones de cepillado y de limpieza de los espacios interdentales con seda dental o con cepillos intedentales, hasta el uso de un raspador lingual dos veces al día).
Tras una completa evaluación de la historia médica, bucal y de la halitosis mediante un cuestionario y de realizar una exploración oral y lingual, el profesional realizará una evaluación organoléptica del olor desprendido o una detección de los compuestos sulfurados volátiles mediante el uso de aparatología específica (Halimeter u Oral ChromaTM).
Una vez identificada la existencia del problema, es cuando se pone en marcha el tratamiento científico propiamente dicho. Este estará orientado a reducir la presencia de bacterias y sustratos por medios mecánicos (mejorando la limpieza bucal y lingual con cepillos y sedas dentales) y químicos (con colutorios específicos).
El uso de un colutorio específico dos veces al día, en forma de gargarismos, alcanzará la parte posterior del dorso lingual reduciendo los recuentos bacterianos y neutralizando la volatilización de los gases malolientes.
Una vez minimizado el problema, se puede pasar a un régimen de enjuagues diarios (únicamente por la noche). Esta fase del tratamiento será la de mantenimiento que servirá para prevenir la reaparición del problema.